No
estoy dormida. Me costó mucho pronunciarme sobre la ley de aborto. Inclusive
ayer, a raíz de no saber exactamente qué decir al respecto, no me podía dormir.
Me llevó tramos de muchos meses pensar, borrar, debatir conmigo misma y volver
a escribir… encontrar el punto de equilibrio desde donde hablar del tema y
escarbar hasta hallar lo que realmente pienso o siento. Sé que hoy –en el día
de la fecha, 13 de junio de 2018- no hay mucho tiempo de dar vueltas. Es sí o no. Así es para los
diputados que votarán. Así debería ser para todos nosotros. Ayer pensaba
mientras conducía: ¿es necesario pronunciarse sobre todas las leyes, sobre
todas las cosas? Y la verdad es que no. Pero algunas no son leyes del costado… -tributarias,
de ganancias, de declaraciones de ciudadanos ilustres-. Algunas nos interpelan
directamente. Soy mujer. Soy escritora. Hoy es el día de la ley. Y el día de
los escritores. Sé leer... intuir… las coincidencias –esas siempre me
despiertan, finalmente-.
Amo
nuestra condición de mujeres creadoras de vida. También me hice un aborto. Y es
lo más feo del mundo. No fui sola; me acompañó mi novio de entonces y fue una
decisión que tomamos ambos. Pero a la sala clandestina, donde estaban la
enfermera y el médico, entré sola. En la camilla me acosté sola. Y cuando me desperté
de la anestesia, sentí que nada que hubiera hecho en mi vida hasta entonces
había sido tan doloroso y horrible. Al cabo de unos meses me separé de mi
novio. Él salió con otra chica. Yo me pasé dos años llorando. Nunca dejamos de
vernos o hablar. Nunca más tuvimos sexo. Tres años después de esto me contó que
estaba esperando una hija de otra mujer. Tiempo después, yo quedé embarazada y
a los nueve meses nació mi hijo. Con este ex seguimos siendo amigos. Nos
queremos. Nos quisimos. No pudimos entonces. Pudimos después. Con otras
personas. Y lo que se pudo atravesar juntos, lo atravesamos juntos.
También
tengo la suerte de pertenecer a la clase media con contactos, que no acuden al
perejil ni a curanderos. Llamamos a médicos. Pagamos lo que sea. Pero ese no es
realmente el costo de un aborto. Es un dolor, una marca que queda. Las que lo
hicimos sabemos qué es. Pero ayer Claudia Piñeiro, en un discurso que dio junto
a Dolores Fonzi, una diputada y alguien más, en la Universidad de Buenos Aires,
decía: “salga o no salga la ley, el camino es para adelante. Ya el hecho de
poder contar los abortos es mejor. No sabemos si saldrá la ley, pero lo que sí sabemos es que gracias a
este debate muchas personas sí estarán con ellas, que ya no necesitarán pasarse
los datos en voz baja y con vergüenza, que no se impondrá el silencio sobre su
experiencia, que las nuevas generaciones -según las últimas encuestas en un
80%- no entienden cómo podemos estar discutiendo esto y están completamente a
favor de la ley de aborto legal.”. Y, luego, Dolores Fonzi contaba que intentando
convencer a un diputado de que vote a favor de la ley, terminaron todas
contándoles sus abortos y llorando. El tipo también. A pesar de eso… él no
sabía qué iba a hacer ahora esta tarde… qué iba a votar. No siempre sabemos.
Somos humanos. A veces nos equivocamos. A veces nos conmueven las historias que
escuchamos. Y tenemos el derecho a no ser culpables, no ser ilegales, no ser
asesinos por esa fragilidad. A que antes de decir tan rápido y bienpensadamente:
“las dos vidas”, nos saquemos las caretas. Digamos que, a veces, ni con una
podemos. Y capaz después sí.
Una noche estábamos con a una amiga mirando el
fuego de un asado que hacía su padre, médico. Él no estaba a favor del aborto.
Decía que alcanzaba con hacer un germinador para darse cuenta del crecimiento.
Lo único que lo paró en su fundamentación biologicista e irrefrenable fue que
en algún momento se me ocurriera decirle: “Un germinador no podría nunca ser un
sicótico. Ni ir a terapia. Ni saber toda su vida que no fue querido. Eso es
válido solamente para las personas. Al germinador le alcanzan la luz, el agua,
el espacio. A los seres humanos no. Por eso creamos las sociedades, las
culturas, las ideas e –inclusive- las religiones. Porque nos fundan las
palabras y las otras personas. Y nos hace mal que no estén disponibles”. Sólo
entonces se hizo silencio frente a las brasas. No era un argumento a favor del
aborto. Era un argumento para pensar la complejidad de la vida, más allá del
cuerpo, más allá del debate por el aborto.
Voy
a hacer una aclaración: yo no creo que el problema del dilema sobre la vida que
tenemos las mujeres y los hombres se resuelva con la aprobación de esta ley en
diputados. Y en un momento explicaré porqué. Pero al menos por una cuestión de
respeto a tantas mujeres que tuvieron la valentía de hacer toda esta movida
hasta acá; de estar en la trinchera; de decir “basta” en el lugar más
bombardeado y rehén de todo nuestro territorio como mujeres; de que hoy haya
una ley en el Congreso y la calle esté llena de mujeres abrazadas, acompañadas,
hablando de lo solas que estuvieron... por eso -y por una capacidad de escucha
histórica- me parece necesario salir a bancar el pañuelo verde.
Pero
que la ley salga pertenece a la superficie de las cosas; allí donde seguimos
dialogando con un sistema que hay que remover –tenemos que remover- completamente
y de fondo. Un sistema donde aún hoy no está garantizada la vida de las mujeres
si se practican un aborto ni está garantizada la vida de las mujeres y sus
hijos, si deciden tenerlos. Cuando hablamos de las mujeres que mueren en malapraxis
y que son condenadas por hacerse un aborto hablamos de la pobreza. Y,
personalmente, a mí me gustaría que no sólo las mujeres que llegan a hacerse un
aborto no se mueran ni sean condenadas sino que, además, no haya ninguna mujer
que llegue a hacerse un aborto (legal o no legal) porque siente que no podría
sostener su vida junto a la vida de sus hijos. Y aquí no quisiera ofender a
nadie, pero me parece que, en algún punto, centrarnos en el aborto para
resolver la problemática de traer o no un hijo a la vida nos lava la conciencia
con respecto a otras carencias que operan, muchas veces, como motor de estas
decisiones. Me parece que son clave: la falta de acceso a la salud, a la
vivienda, a la educación, a la economía formal para entender porqué algunas
veces el aborto aparece como una solución. Y yo quisiera que todas esas nunca
fueran razones para que una mujer decida abortar. Y yo quisiera que ese fuese
el compromiso de nuestra lucha, después de este día.
Aprendí
de las mujeres que encontré por mi camino y elegí como amigas, guías, maestras…
que cuando nos sentimos contenidas, acompañadas y comprendidas creemos más en
la vida. A las mujeres que piensan que en condiciones de verdadera contención
una mujer no abortaría, les digo que yo creo lo mismo. No creo que sea un plan
pasar por esto legal o ilegalmente. Y creo que da cuenta de un estadio mejor,
de más amor, de más confianza, de más deseo, el hecho de decidir tener un hijo.
Pero no me parece justa la ley, ni me parece bien la condena. Me parece muchas
veces lamentable el lugar donde estamos parados.
Aprendí
de la psicología junguiana que no somos solo las razones, los fundamentos, la
mente. Que opera sobre nosotros, muchas más veces, el inconsciente; que en la
sombra tenemos que mirar. Que si hay sombra es que hay luz en algún lado. De
otro modo, no habría ninguna proyección. Y al temor hay que encenderle la luz. Entonces,
para empezar, no tener más una cuestión legal, moral y de inseguridad sobre el
hecho de abortar nos va a permitir poder ir más allá. Donde realmente tenemos
que ir. Que no es ahí.
Aprendí
de Hemingway y su teoría del iceberg, que no todo el relato está en lo narrado.
Aplicado a este caso, entonces: que los textos, discursos circulantes, acciones
son la punta del iceberg. Que debajo operan muchas otras cuestiones más de
fondo, bajo la superficie. Y acá encontramos: la sociedad patriarcal. La
sociedad burguesa. El tiempo lineal. El matrimonio como institución. La
educación católica. Y de las primeras cosas de fondo que creo que hay que
remover es el subsidio del Estado a las escuelas de la Iglesia Católica. YA.
Porque es como venderles paco a los pibes. No puede seguir teniendo entidad una
religión que tiene como fundadora a la virgen madre. ¿Qué demonios es la virgen
madre? No se puede seguir enseñando una sola religión cuando hay muchas. Y no
se puede seguir enseñando como si eso fuera así, cuando no deja de ser una creación.
La educación que falta es espiritual, no religiosa. Las religiones son
discursos, teorías. Deberían enseñarse como se enseñan las distintas teorías
económicas en Economía, los reglamentos de báquet, fútbol, handball en
Deportes; las ideas de distintos filósofos en Filosofía y las teorías sociales
del Estado en Eduación Cívica. Y creo que por encima de esta grilla, lo que nos
falta no es educación sexual. Nos falta educación amorosa y vincular. Nos
falta, a las mujeres, la certeza del derecho a poner límites. La confianza en
una educación amorosa.
Aprendí
de mis indagaciones en la biodescodificación que todos los clanes familiares
están plagados de excluidos y que todos los hijos se cuentan: los que están y
los que no. Los que nacieron y los que no nacieron. Que cuando una energía
quiere venir viene; en ese sentido, no existe mucho el impedir. Sigue siendo
muy masculino pensar que todo lo que existe es lo que está hacia afuera, sobre
la superficie de la Tierra. Algunas cosas que no se ven también nos hacen
crecer. Como ritual psicomágico, a veces sugieren poder poner una planta en
homenaje a cada hijo no nacido. Hacerle un lugar y recordarlo. Digo esto no
porque quiera hablar de la magia, sino porque creo que hay que poder ir más
allá del dolor que tenemos las mujeres. Poder decirlo, poner un nombre a las
cosas. En este sentido, coincido con Claudia Piñeiro y creo que podríamos
agradecer de este día poder hablar de todo lo que hasta ahora fue innombrable;
de la vergüenza. Agradecer que caigan la culpa, la hipocresía. Estar juntas, en
pie de lucha por la sociedad que queremos.
Aprendí
que ya en la Edad Media teníamos un saber inconmensurable, un poder que daba
miedo y un conocimiento demasiado peligroso y que lo perdimos en la lucha
contra la Inquisición de la Iglesia Católica.
Aprendí
que éramos salvajes y que el poder creador nos hacía más mujeres. Que el
embarazo es un proceso creativo; que no deja de ser increíble que cualquier
hombre y cualquier mujer fueron creados en el cuerpo de una mujer y que en el
cuerpo de la mujer pueden convivir otros cuerpos. Por esto le debemos más
respeto al cuerpo femenino.
Yo
creo que esta ley habla de ese primer adeudado respeto, en un estadio de
evolución muy cavernícola y primitivo. Creo que trascendida esta inverosímil
batalla que aún tenemos que dar para respetar primero nuestra vida, nos debemos
-como género- la reflexión sobre este hecho natural de no estar solas. De que
por algo tenemos el poder de que nos quepan los demás. Y que tendremos la
responsabilidad legalizada de tomar decisiones sobre otras vidas. Y no hablo
sólo de los hijos. También hablo de los padres. Necesitamos integrarnos e
integrar para todo. Para criar hijos. Para habitar la política, la filosofía,
el trabajo, el mundo entero. Para hacernos tiempos solas, propios, sin que nos
habite todo el mundo. Pero aceptemos esta tarde frente a este Congreso la
consigna: legal, seguro, gratuito. Y luchemos porque el mundo que hagamos las
mujeres sea con claves más amplias. Empatía. Integración. Humanismo. Espiritualidad.