sábado, 25 de marzo de 2017

8M / cuatro premisas (primera parte)


Ayer fue el día internacional de la mujer. 
Haciendo las miles de cosas que hacemos las mujeres todos los días se me pasó el día y llegué a la noche sin margen para escribir. Me sentí mal, traicionándome, aunque había hecho muchas cosas que me encantan, como meditar, estar con mi hijo, leerle un cuento, cocinar, cantar, colgar ropa limpia, escuchar música. Y había hecho otras que no me gustan nada: manejar, lavar los platos, bancar todo el polvillo que hacía un hombre que trabajaba en colgarme un mueble en el lavadero, entrar dos veces a una casa de sanitarios para cambiar un grifo equivocado, mientras jugaba el Barsa. A la noche, acostada, me preguntaba: ¿Tanto cuesta que tenga lugar y tiempo el deseo? ¿Tanto cuesta parar de hacer mil cosas? Parar…
Parar es disfuncional al sistema… Parar y pensar qué queremos, en la vorágine de todos los días en que se nos pasan años, es de lo más freak del mundo. Es mejor correr: el trabajo, los niños, la casa, las obligaciones más los recaudos y defensas que tenemos que inventar para sobrevivir en una sociedad inhumana -esto vale para hombres y mujeres- y en una sociedad machista; es mejor demostrar que podemos todo, aunque esto sea agotador. Tanto, que el día de la mujer salimos haciendo pancartas de “ni una menos o vivas nos queremos o igualdad de género o aborto libre y gratuito”. Y yo, que hace un tiempo paré y comencé a ser más feliz, veo esto con horror. Porque eso atestigua que corremos como un hamster en una lógica bipolar: el bueno/ el malo; la víctima/ el acusado, que es un derivación del sistema. Y ¿quién dijo que la lucha genuina es la contestación a un mal planteo de origen? ¿Quién dijo que luchar es responder a enunciaciones fallidas hasta corregirlas? ¿Por qué nos conformamos con tan poco? Si lo que está mal es el sistema… Un sistema ideado por hombres, con lógicas masculinas, demandas masculinas, celebraciones de éxito masculinas.
Con mi amiga Elisa me pasaron dos cosas muy motivadoras de este texto. Hace unos meses me escribió por fcbk: “ayer soñé con vos; que escribías un texto para un cuento infantil que tenía que ver con lo que queremos enseñarle a nuestros hijos e hijas y que cuenta a la mujer en un lugar piola. Vos escribías y yo lo ilustraba. Te lo digo ahora por msj, porque si no se me pasa entre todas las cosas”. En una charla posterior me dijo que tenía la sensación de que hace cinco años -cuando nació su primer hija- que corre y corre y corre, del trabajo a las obras en construcción, al jardín de las niñas, a su casa. Y cuando se sienta un rato para hacer algo que le guste o ame o tenga que ver con su deseo no sabe cuál es hoy su deseo… entonces, vuelve a los que tenía antes. Por ejemplo, dibujar. 
La otra cosa es que hace unas semanas me pidió que le complete una planilla para un proyecto que desarrolló para el 8M; un mapeo de los abusos en la gran ciudad. 
No se la completé porque afortunadamente no me pasó -aunque sí sentí, como todas, el miedo a caminar sola de noche; el recaudo de asumir la identidad de un género desprotegido; el corset, en todas sus formas-. Pero esencialmente no la completé porque yo no quiero que la celebración por el día de la mujer sea todo el tiempo la memoria de esas luchas de antagonismo, de dolor, de sumisión, de víctimas. Porque no acuerdo con el punto de vista del feminismo que sale a la calle a pedir que se les garanticen mejores condiciones de presidiarias.
Porque no somos una noticia en la página roja de policiales (eso es una decisión editorial que no comparto. Y como periodista, no consumo la mierda que produce el periodismo/sistema... Sé la clase de basurero de donde saca las noticias el mainstream. Yo ya ni siquiera tengo tele y desde que ganó Macri ni siquiera abro el diario; es una cuestión de auto preservación; de repulsión epidérmica a una retórica y un modo de acción, de gestión y de pensamiento). 
Porque con respecto a los abusos -que sí los creo y seguramente sean en los escabrosos números que refiere el periodismo- me preocupan, antes, todas las cosas que creemos que tenemos que hacer para ser una mujer según las reglas y propondría empezar por poner límites antes. Le guste a quien le guste y no le guste a quien no le guste. Que abuso es que la casa dependa de nosotros; que abuso es dejar nuestras cosas para prestarle atención a las de ellos; que abuso es seguir hacia delante como si nada en nosotros necesitara ciclos, estaciones, distinciones, sutilezas. 
Me preocupa seriamente la falta de conexión y de registro que tenemos las mujeres sobre lo que significa ser mujer y las implicancias de la naturaleza femenina. La naturaleza, sí; no la condición, aunque Simone lo haya dicho así. La naturaleza. Me preocupa cómo parimos, cómo trabajamos, cuánto tiempo nos damos a nosotras mismas; cuándo lugar ocupa nuestra voz en la relación con el otro; cuánto marcamos nosotras la cancha sin enfrentarnos; cuánto salimos a correr y a jugar un juego que no es nuestro; cuánto tenemos que demostrar que somos la mejor: la perfecta, la que puede todo, la buena madre, la que se depila, la que es amiga, es trabajadora, la que se compadece y ayuda, la que no merece que le sean infiel, la mejor amante, la que tiene paciencia y cede. Nos matamos por aprobar en este sistema. ¿Tan bueno les parece que está el sistema como para andar buscando lugar ahí y encima pedir desde un complejo de inferioridad? Ser mujer en este sistema es una hipocresía absoluta. Una mujer en su plena posesión de su poder asusta y siempre hay que estar disimulándolo para no quedarnos solas. Algo del precio que pagó por ser Madonna dijo Madonna en el women award con el que la premiaron el año pasado: que una cosa era la libertad sexual y de vestuario de Prince y otra muy distinta era la de ella. La de ella era más cara. La de ella era la de una puta, una loca. 
Vivimos centradas en lo que nos falta y lo que no tenemos cuando tenemos todo y no estoy hablando del pito, Freud. No hay disputa de poder porque el poder está adentro y no afuera; no es una soga que hay que tironear de la otra punta. De eso nos convencieron los que ganaron. Que ellos eran los fuertes, los libres, los victimarios, los poderosos, los que tenían derecho al sexo libre, los que importan, los científicos y académicos, que ponen las reglas y conceptos en el mundo. 
En este sentido… es desde una falta de conexión real que tenemos muchas veces las mujeres con nuestra esencia desde donde se formulan los pedidos -¿a quién, además? ¿al sistema de mierda?- “por el aborto para todas libre y gratuito”. Chicas: estamos asumiendo la condición de víctima; pidiendo la gratuidad de una “solución” que es un flagelo hacia nosotras mismas y una “solución” que llega tarde, a deshacernos en nuestro poder creador y no puedo creer que pidamos esas barbaridades… Yo quiero que los casos de aborto sean muchísimos menos porque una mujer aprende a cuidarse antes; a poner límites antes o a establecer un pensamiento para lo que de corazón quiere de su vida, antes de llegar a tener que poner su propio cuerpo en ese estado de dolor, de pérdida, de crueldad y de escisión con su poder creador. Quiero una mujer segura de sí misma y de que si en esa afirmación pierde a un hombre no se pierde a ella. Se encuentra. Y el hombre correcto vendrá cuando tenga que venir. Cuando haya una mujer plantada donde desea estar. 
Si vamos a asumir una revolución (y no una lucha) asumamos otro lugar. En este sentido, mi intuición indica… primero, yo no me enfrento con la policía, porque es gente que no tiene nada que ver ni entiende nada (por eso anda con una cachiporra y pega… digo: la caverna)… segundo, diseñar otra elaboración de mundo requiere de la elevación por encima de este sistema (es volar; no chocar; no enfrentar; no perder la energía estando exhausta)… tercero, por una mirada focaultiana a la que intuitivamente he adscripto desde que lo leí, no puedo evitar pensar que avanzar en el tablero concienzudo donde se juega la partida por la microfísica del poder es de a una ficha por vez… y cuarto… -quiero cerrar con esto, con Focault porque para avanzar habrá que retroceder- habrá que ir a buscar el poder que perdimos, el que quedó sepultado y quemado, en el Medioevo, en la lucha contra la iglesia católica, para recordar lo que sabíamos. Lo que sabíamos de Medicina, lo que sabíamos de Astrología (que lejos está de ser lo que es considerado: el entremés del diario, que escriben unos chantas mientras miran el partido); habrá que volver a conectar con la conciencia cósmica para que nos llegue la voz, el saber, el poder de las mujeres que murieron en la hoguera, cuando se diseñó este sistema autoritario, patriarcal, eficaz a la voluntad de imponer: reglas, dogmas, miedo. 
Ser mujer es genial, es grandioso, es un don, que no se puede despreciar intentando poner a la altura de la valla de nada; porque es otra vivencia y otra realidad. Ni mejor, ni peor, ni antagónica, ni incompleta, ni igual. 
Sí me gusta la idea de Simone de Beauvoir de que “mujer se hace no se nace” si se entiende que para ser una mujer hay un proceso de maduración, de experiencias, de conquistas, de fracasos, en la escuela de la vida, hasta que llega el momento en que una está lista para hacer todo lo que se proponga en cualquier ámbito. Por eso el día de la mujer lo celebro de verdad. Compartiéndoles en el próximo texto a las mujeres que encontré en mi camino este último año y que me ayudaron a atravesar una crisis vital que tuvo que ver con el propósito de vida, de vocación, de sentido individual, por decirlo de algún modo, en el regreso a mi ciudad natal, en el tránsito hasta reafirmarme aquí en esta tierra-Tierra. Que me ayudaron a mirar el precipicio y a saltar y a nadar y a bucear para buscar la forma en que sería feliz de vivir en mi propia experiencia terrenal. Prefiero hablarles de lo que descubrí con ellas. De mujeres que existen, que están vivas. Prefiero hablarles de sabiduría, de conexión, de 8M: ocho maestras.

El día de los enamorados


Esto debería ser la editorial de un programa radial nocturno. Esto debería ser de a dos. El mundo debería ser distinto: no contar las noticias que cuenta justo hoy, que es el día de los enamorados. El mundo debería ser distinto: no celebrar el amor sólo hoy. Tenemos tan poco de amor real que tenemos que ponerle un día. Somos feministas el 8 de marzo; cristianos el 24 de diciembre y amorosos el 14 de febrero.
Pero... dado que la fecha existe voy a contarles lo que para mí tiene sentido. El amor tiene sentido. El amor y el deseo son el único motor que tengo.
Y no es que esté saliendo a buscar el sentido en algo porque no estoy cenando con flores y comiendo bombones. Primero: porque tengo algunos bombones en casa y no me dan ganas de comérmelos… Estoy feliz comiendo frutos secos con miel… Segundo: porque están creciendo en mi balcón los nardos -entre el cedrón, el romero, las dietes y los jazmines del aire-. Y acompañarlos en ese cada día del proceso me enamora... Todo lo que le lleva a una vara pelada distinguirse del resto de los pastos y crecer hasta ser un manojo de globos verdes; y cómo luego estallan y son blancos y rosas y tienen olor a limón, para mí es el amor.
El amor está aquí, está hoy, está mañana y se mueve. Tiene vida. El amor es algo que me encantaría que todos tuviéramos más presente siempre. El amor es lo que nos hace cosquillas y nos da tibieza cada día; que nos genera paz y una integridad maravillosa –entre el cuerpo, el alma y la mente-. El amor es lo que nos hace reír y nos sube la serotonina. El amor es lo que, a veces, compartimos con un otro específico y, a veces, con un millón de otros. A veces con algunos, a veces con nosotros mismos, en soledad y es un amor en secreto, salvo que uno se siente a escribir y lo publique.
Yo celebro este día por todo el amor que siento hacia tantas direcciones.
Hoy fui al supermercado Vea y al llegar a la caja vi algo muy disfuncional. No sé porqué estoy super atenta a lo disfuncional últimamente. Creo que ahí donde el sistema se distrae están: dios, el amor, la cordura.
La cajera apoyó los codos en el mostrador; sustuvo entre sus manos su cabeza. Estaba mal. Llegó la encargada, pasaron una tarjeta, abrió la caja con una llave, cobró, pasó el siguiente. Cuando me tocó a mí le pregunté si estaba bien. “No”. ¿No te podés ir? “Sí, pero creo que es mejor que me quede. Por lo menos estar acá y no en mi casa me distrae”. Me quedé muda mirándola unos momentos. “Porque no sé… Hay cosas que capaz no tienen solución y por lo menos acá pienso en otra cosa”. Le dije una frase hecha pero que está hecha por algo. Cada vez percibo más sentido en esas sencilleces. “Si tiene solución no vale la pena tu aflicción y si no la tiene, lo mismo”, le dije. “¿Te puedo ayudar en algo?”. No. Sí, pensé. “Leé este libro”, le dije. “Silencio” de Thich Nah Hanh. “Te va a dar paz. Sea lo que sea que te pase”. Dobló el papel y lo guardó. Gracias, me dijo. La miré fijamente. Pero leelo, en serio. “Lo voy a leer”. Si algo en ese libro cambia tu forma de sentirte, ya está.
Cada vez más miro, el breve rato que estoy, a todas las personas que trabajan tantas horas, sosteniendo negocios que no son de ellos, de los que no sacarán mayor beneficio que un mal sueldo; que le ponen la cara todos los días a todas las personas que pasamos por ahí y a nuestros modos y moods; que no se van, que no abandonan, que no gritan, que no escriben sus nombres en nada de lo que hacen y siento un agradecimiento infinito a su aparente destino ignoto. Escribiría un libro sólo de ellos. De sus muecas y sus caras y sus tedios y sus sonrisas… Aunque no podría traducir en palabras la percepción. Un agradecimiento amorosos a los que están cuando no hay ganas de estar; cuando llueve y la tarde está pesada y yo me vuelvo a mi cajón con films que puedo mirar y ellos se quedan; cuando el sol bañó el día y, en el atardecer, vuelvo de la playa con Juan pensando en un licuado de melón y ellos están. A los que levantan a mi hijo en sus brazos para que los acompañe atrás del mostrador donde él quiere ir y lo llevan a vender bananas, a abrir una bolsa; a los que le regalan nueces o helados o postrecitos… y le dan un beso al pasar en la cabeza o lo extrañan si hace días que no va a indagarles el negocio. A los que están todavía después de nuestro eterno desayuno con modorra, cuando salimos pensando qué vamos a almorzar. Y están los domingos.
Siento amor por la gente que se corre un metro de lo que debe ser o de lo que piensa y escucha y tuerce lo que pensaba hasta ayer y va adonde no tiene todo cerrado. Y trata de comprender. Y empatiza. Y comprende. Y crece.
Siento amor por una dedicatoria que escribió mi amiga Cocó en el libro de Fabián Casas que me regaló para un cumpleaños. Porque me puso: “para que empieces a escribir tus listas de aquello que te hace feliz” y ahora yo sé que me hace feliz:
• leer buenas entrevistas
• el verano
• las flores
• la playa
• ordenar mi casa
• escribir
• el agua
• el sonido de los pájaros en la mañana o moviéndose en el follaje
• el silencio
• los grillos
• cocinar
• ver las estrellas en el cielo sin obstrucciones arquitectónicas
• la arquitectura
• las películas independientes que se sostienen en diálogos cotidianos
• las soluciones naturales para los problemas de salud
• las mujeres mayores pícaras y sabias
• los amores corteses debido a las distancias
• los hombres a los que se les nota el momento en que les gustás
• hacer terapia
• el óleo 31
• la ropa suelta de algodón suave. La ropa envolvente y aireada
• la ropa que te presta una viñeta en el cine star system, un ratito de un film
• el crepitar del fuego en la parrilla y en el hogar
• el atardecer en la playa
• pintarme las uñas
• charlar con amigas
• el amanecer en el campo
• ver dormido al hombre que amás. Ver cómo respira, sube y baja su cuerpo, ajeno a vos.
• los procesos luminosos, reveladores, de comprensión de la vida
• los procesos creativos
• tomar mate con miel
• la música
• el cine, la literatura
• andar descalza
• tocarme el pelo
• desperezarme y elongar
• mimar y besar a mi hijo
• la sonrisa de Gastón
• los masajes
• cantar y bailar
• nadar
• escribir
• la lluvia y el sol en la cama
• que existan combinaciones perfectas: un disco de Charles Mingus llamado “Blue roots”. El mango con el queso brie.
• algunos olores: jazmín, azahar, ruda, romero, albahaca, limón, melón, madera, nuez moscada, frutillas, peonías, banana, ananá.
• Que en mi baúl haya: una reposera blanca, dos envases de cerveza, una pelota de fútbol Penalty número 5, un par de zapatillas para salir a correr y vestidos y almohadones para mandar a la modista.
• Ciertas canciones: “Mi elemento” de Luis Alberto Spinetta; “Pictures of you” de The Cure; “Hurt” de Johnny Cash. Porque, en este último caso, alguien sea tan, tan, tan HUMANO.
• Haber editado ciertos libros: “África en el aula”, por ejemplo. O el de Vicente Krausse.
• La alegría de que existan ciertas personas mejores que este mundo: Alberto, Emilita, Celia, Aldana, Nicolás.
• Que la vida me haya regalado dos hermanos.
• Caminar por Los Troncos en otoño
• Que, aunque me escapo de a ratos y fantaseo otros posibles destinos, el mundo me recuerde que tengo que volver a escribir. Y soy desprolija, desordenada, poco sistemática, antieconómica, pero me gusta hacerlo.

Es el día de los enamorados... Y yo estoy enamorada de muchos seres y cosas, pero no soy infiel. Lo era cuando pensé que todo se lo podía dar a un X. Mañana también va a ser el día de los enamorados para mí. Ojalá también para ustedes... Que sea... de esas causas que no se abandonan. Nunca. Nunca. Nunca.