sábado, 25 de marzo de 2017

El día de los enamorados


Esto debería ser la editorial de un programa radial nocturno. Esto debería ser de a dos. El mundo debería ser distinto: no contar las noticias que cuenta justo hoy, que es el día de los enamorados. El mundo debería ser distinto: no celebrar el amor sólo hoy. Tenemos tan poco de amor real que tenemos que ponerle un día. Somos feministas el 8 de marzo; cristianos el 24 de diciembre y amorosos el 14 de febrero.
Pero... dado que la fecha existe voy a contarles lo que para mí tiene sentido. El amor tiene sentido. El amor y el deseo son el único motor que tengo.
Y no es que esté saliendo a buscar el sentido en algo porque no estoy cenando con flores y comiendo bombones. Primero: porque tengo algunos bombones en casa y no me dan ganas de comérmelos… Estoy feliz comiendo frutos secos con miel… Segundo: porque están creciendo en mi balcón los nardos -entre el cedrón, el romero, las dietes y los jazmines del aire-. Y acompañarlos en ese cada día del proceso me enamora... Todo lo que le lleva a una vara pelada distinguirse del resto de los pastos y crecer hasta ser un manojo de globos verdes; y cómo luego estallan y son blancos y rosas y tienen olor a limón, para mí es el amor.
El amor está aquí, está hoy, está mañana y se mueve. Tiene vida. El amor es algo que me encantaría que todos tuviéramos más presente siempre. El amor es lo que nos hace cosquillas y nos da tibieza cada día; que nos genera paz y una integridad maravillosa –entre el cuerpo, el alma y la mente-. El amor es lo que nos hace reír y nos sube la serotonina. El amor es lo que, a veces, compartimos con un otro específico y, a veces, con un millón de otros. A veces con algunos, a veces con nosotros mismos, en soledad y es un amor en secreto, salvo que uno se siente a escribir y lo publique.
Yo celebro este día por todo el amor que siento hacia tantas direcciones.
Hoy fui al supermercado Vea y al llegar a la caja vi algo muy disfuncional. No sé porqué estoy super atenta a lo disfuncional últimamente. Creo que ahí donde el sistema se distrae están: dios, el amor, la cordura.
La cajera apoyó los codos en el mostrador; sustuvo entre sus manos su cabeza. Estaba mal. Llegó la encargada, pasaron una tarjeta, abrió la caja con una llave, cobró, pasó el siguiente. Cuando me tocó a mí le pregunté si estaba bien. “No”. ¿No te podés ir? “Sí, pero creo que es mejor que me quede. Por lo menos estar acá y no en mi casa me distrae”. Me quedé muda mirándola unos momentos. “Porque no sé… Hay cosas que capaz no tienen solución y por lo menos acá pienso en otra cosa”. Le dije una frase hecha pero que está hecha por algo. Cada vez percibo más sentido en esas sencilleces. “Si tiene solución no vale la pena tu aflicción y si no la tiene, lo mismo”, le dije. “¿Te puedo ayudar en algo?”. No. Sí, pensé. “Leé este libro”, le dije. “Silencio” de Thich Nah Hanh. “Te va a dar paz. Sea lo que sea que te pase”. Dobló el papel y lo guardó. Gracias, me dijo. La miré fijamente. Pero leelo, en serio. “Lo voy a leer”. Si algo en ese libro cambia tu forma de sentirte, ya está.
Cada vez más miro, el breve rato que estoy, a todas las personas que trabajan tantas horas, sosteniendo negocios que no son de ellos, de los que no sacarán mayor beneficio que un mal sueldo; que le ponen la cara todos los días a todas las personas que pasamos por ahí y a nuestros modos y moods; que no se van, que no abandonan, que no gritan, que no escriben sus nombres en nada de lo que hacen y siento un agradecimiento infinito a su aparente destino ignoto. Escribiría un libro sólo de ellos. De sus muecas y sus caras y sus tedios y sus sonrisas… Aunque no podría traducir en palabras la percepción. Un agradecimiento amorosos a los que están cuando no hay ganas de estar; cuando llueve y la tarde está pesada y yo me vuelvo a mi cajón con films que puedo mirar y ellos se quedan; cuando el sol bañó el día y, en el atardecer, vuelvo de la playa con Juan pensando en un licuado de melón y ellos están. A los que levantan a mi hijo en sus brazos para que los acompañe atrás del mostrador donde él quiere ir y lo llevan a vender bananas, a abrir una bolsa; a los que le regalan nueces o helados o postrecitos… y le dan un beso al pasar en la cabeza o lo extrañan si hace días que no va a indagarles el negocio. A los que están todavía después de nuestro eterno desayuno con modorra, cuando salimos pensando qué vamos a almorzar. Y están los domingos.
Siento amor por la gente que se corre un metro de lo que debe ser o de lo que piensa y escucha y tuerce lo que pensaba hasta ayer y va adonde no tiene todo cerrado. Y trata de comprender. Y empatiza. Y comprende. Y crece.
Siento amor por una dedicatoria que escribió mi amiga Cocó en el libro de Fabián Casas que me regaló para un cumpleaños. Porque me puso: “para que empieces a escribir tus listas de aquello que te hace feliz” y ahora yo sé que me hace feliz:
• leer buenas entrevistas
• el verano
• las flores
• la playa
• ordenar mi casa
• escribir
• el agua
• el sonido de los pájaros en la mañana o moviéndose en el follaje
• el silencio
• los grillos
• cocinar
• ver las estrellas en el cielo sin obstrucciones arquitectónicas
• la arquitectura
• las películas independientes que se sostienen en diálogos cotidianos
• las soluciones naturales para los problemas de salud
• las mujeres mayores pícaras y sabias
• los amores corteses debido a las distancias
• los hombres a los que se les nota el momento en que les gustás
• hacer terapia
• el óleo 31
• la ropa suelta de algodón suave. La ropa envolvente y aireada
• la ropa que te presta una viñeta en el cine star system, un ratito de un film
• el crepitar del fuego en la parrilla y en el hogar
• el atardecer en la playa
• pintarme las uñas
• charlar con amigas
• el amanecer en el campo
• ver dormido al hombre que amás. Ver cómo respira, sube y baja su cuerpo, ajeno a vos.
• los procesos luminosos, reveladores, de comprensión de la vida
• los procesos creativos
• tomar mate con miel
• la música
• el cine, la literatura
• andar descalza
• tocarme el pelo
• desperezarme y elongar
• mimar y besar a mi hijo
• la sonrisa de Gastón
• los masajes
• cantar y bailar
• nadar
• escribir
• la lluvia y el sol en la cama
• que existan combinaciones perfectas: un disco de Charles Mingus llamado “Blue roots”. El mango con el queso brie.
• algunos olores: jazmín, azahar, ruda, romero, albahaca, limón, melón, madera, nuez moscada, frutillas, peonías, banana, ananá.
• Que en mi baúl haya: una reposera blanca, dos envases de cerveza, una pelota de fútbol Penalty número 5, un par de zapatillas para salir a correr y vestidos y almohadones para mandar a la modista.
• Ciertas canciones: “Mi elemento” de Luis Alberto Spinetta; “Pictures of you” de The Cure; “Hurt” de Johnny Cash. Porque, en este último caso, alguien sea tan, tan, tan HUMANO.
• Haber editado ciertos libros: “África en el aula”, por ejemplo. O el de Vicente Krausse.
• La alegría de que existan ciertas personas mejores que este mundo: Alberto, Emilita, Celia, Aldana, Nicolás.
• Que la vida me haya regalado dos hermanos.
• Caminar por Los Troncos en otoño
• Que, aunque me escapo de a ratos y fantaseo otros posibles destinos, el mundo me recuerde que tengo que volver a escribir. Y soy desprolija, desordenada, poco sistemática, antieconómica, pero me gusta hacerlo.

Es el día de los enamorados... Y yo estoy enamorada de muchos seres y cosas, pero no soy infiel. Lo era cuando pensé que todo se lo podía dar a un X. Mañana también va a ser el día de los enamorados para mí. Ojalá también para ustedes... Que sea... de esas causas que no se abandonan. Nunca. Nunca. Nunca.

1 comentario:

Javier L.Actis dijo...

❤ 👈 Para palabras las tuyas.