sábado, 23 de abril de 2016

Si dios fuese alguno de nosotros





Esta mañana, cuando llegué a la facultad donde trabajo, me encontré con el Colorado. Frenándome el paso, dijo, como si hiciera falta: “Pará. Tengo algo para vos. Te compré un regalo” y sacó de abajo de su brazo una bolsa de Yenny. Tomé el regalo como un mojón; un gesto cómplice de esos que inauguran amistades. “Esto es para vos que te gusta leer esas mierdas de novelas, para que no las leas más…” y terminó el preámbulo, quitándole almíbar al asunto; haciéndose el recio y acomodándole la gorra al esqueleto que -supuestamente- está allí porque es material de estudio para la carrera de Enfermería pero que –todos sabemos- mora en Bedelía por otras razones… 
El Colo me alegró la mañana, sin contar que la mañana ya estaba inmejorablemente hermosa. El sol tibio de otoño cruzaba los pinos inmensos y atravesaba los ventanales que dan al patio del complejo universitario… Debo confesar que: pese a todo lo que digan de ese edificio por el hecho de haber sido construido durante la época de los militares -acusan a sus formas arquitectónicas de ser una traducción en cultura material de algunos de los principios de mierda de ese período oscuro: un edificio vidriado que amerita la vigilancia; espacios de pasillo reducidos para circular, escaleras que no permitirían la huida y módulos rearmables para mutar oficinas en otros espacios- a mí ese edificio me encanta. Antes que nada, por las materialidades que predominan: hormigón armado / ladrillo panderete / ventanales inmensos y madera. Y, después de todo, porque no estudié allí sino en La Plata, en lugares verdaderamente horribles (el ex jockey derrumbado, una ex seccional de policía, la calle misma en la época de la toma y López Murphy, un sindicato y así…) y porque nada amo más que las construcciones que se fusionan con un entorno de árboles. En este caso, esa fusión es un contacto visual, sensorial, que se establece a la altura de la copa de esos gigantescos pinos (y no de las raíces) y, más allá, aparecen las clásicas casas de los barrios lindos de Mar del Plata. Más cerca, sobre mis pies, sobre las mesas de oficina, sobre los pisos y la madera, las sombras hacen huecos en el sol que ilumina todas las cosas. Un bebé o yo podríamos entretenernos con el movimiento de esas ramas y ese follaje el día entero. 
El libro que me regaló el Colo se llama “Esto no es una novela”; lo publicó la bestia equilátera y lo escribió David Markson; uno de los escritores que sobrevivió a la bohemia de la generación beat. Le dije que leía a los beats cuando me interesaba todavia hacerme la canchera; que ahora tengo poco tiempo y elijo novelas más honestas conmigo misma, como las de Banana Yoshimoto. “Estuve a punto de comprarte cuentos románticos japoneses, pero desistí”. Me reí. “No dije cuentos románticos. Dije Banana Yoshimoto. Igual la literatura japonesa me encanta. La forma de mirar y de sentir”. “Me lo imaginé”. Ahí se cerró la charla sobre lecturas. Luego dijo que si alguna vez él escribe un libro y saca un disco le pondría alelo 19. Quise saber qué signfica eso: “Una de las posibles formas de una gen. Una célula diploide tiene, habitualmente dos alelos de un único gen, que ocupan la misma posición relativa entre cromosomas homólogos. Un alelo es dominante sobre el otro y condiciona las características físicas particulares de cada organismo. El alelo 19 es el que determina que la gente tenga ojos verdes”. 
“Hablando de colores… “, continué, recordando los cierres de conversación al estilo de mi abuela Lela, cuando no entiende de qué carajo le estamos hablando: “tengo ganas de escuchar una canción de un color. Purple rain de Prince”, le dije. Le encantó. Buscó en su profusa discografía de la pc y la puso. Y antes de que me diera media vuelta en dirección a la oficina donde trabajo me hizo escuchar una versión de la canción que yo creí era de Joan Osbourne “One of us” y me enteré ayer que es de Prince. 
Toda la mañana, de a ratos, googleé intentando encontrar esa versión de la canción. No hubo caso. Prince ha sacado todo su material musical de internet porque s e la chupa el copyleft. La letra es maravillosa… Dice: Si Dios tuviera un nombre, ¿cuál sería? / Si Dios tuviera una cara, ¿cómo sería? / Uno de nosotros… / Volviendo de nuevo al cielo solo / Si lo tuvieras en frente y tuvieras una sola pregunta, ¿qué le preguntarías? / Qué si mirar significa que deberías creer… 
Hace apenas un par de horas abrí facebook y encontré posteada la noticia de que Prince ha muerto. Prince ha muerto hoy… Es raro comenzar una mañana deseando tan puntualmente escuchar a Prince y que ahora esté muerto. Es algo más que una casualidad; es, para mí que estoy cada vez menos racional y más creyente en las formas orgánicas del Universo, una sincronicidad. Que puede ocurrir incluso allí; en un edificio racional ideado por dementes militares donde la gente va a pensar en cualquier cosa. No puedo ahora evitar ligar la muerte de Prince a esa letra que pregunta qué cara tendría Dios si fuese alguno de nosotros, porque seguramente podríamos hallarlo en él.
Es raro el libro que me regaló el Colo… La contratapa dice que “como la pipa de Magritte, Esto no es una novela se proyecta en muchas direcciones y pone la imaginación en situación de sospecha… ¿De qué se trata? De la muerte, el amor, la representación, el trabajo, la amistad, la vida “ejemplar” de artistas y científicos…” (sigue). Trato de encontrar en ese libro una frase que se ajuste a una posible estrofa sobre la muerte de Prince y no hay ninguna. Porque en el libro casi todos se están muriendo en todas las oraciones… Sartre, John Reed, Chesterton, Galileo Galilei. 

Prince no se muere en el libro. Se muere después. Podría morirse en una edición aumentada y corregida, pero su autor también ha muerto. Diría que es una pena cuando una muerte no es una efeméride o una necrológica que aparece en un diario o un libro juguetón sino una noticia. Y, sobretodo, cuando se trata de una luz como la de Prince. Que llueva su color y acá encuentro, como un alivio, un cierre, una estrofa sola, en ese libro desahuciante, como son desahuciantes todos los beats. La dijo Matisse; porque hacía falta alguien que entendiera de color: “Es muy difícil apreciar a la generación que te sucede” y, luego: “Solo sé que el verano cantó en mí. Por un rato, que en mí no canta más”. Prince (7 de junio de 1958 – 21 de abril de 2016). Todo se descompone y luego se integra irracionalmente. Como la luz.

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